En la última semana de julio se desarrolló en Montevideo, el 9º Congreso Latinoamericano de Ciencia Política, organizado por la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (ALACIP). La convocatoria llevaba la provocativa pregunta de si las democracias latinoamericanas están en recesión.
Tuve la oportunidad de presentar una ponencia a la que titulé “Límites y posibilidades de las democracias latinoamericanas Releyendo Qué esperar de la democracia de Adam Przeworski”. En la misma, pretendo responder la pregunta del congreso, desde algunos indicadores que analiza el mencionado autor.
Quisiera reparar en uno de los elementos centrales que maneja el libro: las elecciones libres y limpias. Para que el ideal del autogobierno se dé -dice Przeworski- es necesario que los gobernantes se sometan a las urnas, en elecciones competitivas y abiertas, y entreguen el poder si les toca perder a ellos o a sus partidos.
Allí, más que en profundizar la participación, es donde hay que poner todas las energías, arguye.
Repasando los países de América del Sur, vemos que en los 17 años que llevamos de este siglo, solamente en tres se dio ese ideal. Ocurrió en Chile, Colombia y Uruguay.
En el resto de los países, ha habido en la cabeza del Poder Ejecutivo, ciudadanos que no habían sido electos para ese cargo. Veamos.
Argentina tuvo 5 presidentes en 15 días entre diciembre de 2001 y enero de 2002, luego de la renuncia de Fernando De la Rúa, debido a la inestabilidad social y económica que sufría ese país. Néstor Kirchner, en 2003, asumió la presidencia luego que Carlos Menem no se presentara al balotaje que debían disputar.
En Brasil el año pasado, Dilma Rousseff tuvo que abandonar la presidencia luego de un juicio político en el Congreso, asumiendo el vicepresidente Michel Temer.
En Bolivia, el siglo comenzó con la renuncia del presidente Hugo Banzer Suárez, por motivos de salud, asumiendo el vicepresidente Jorge Quiroga Ramírez, quien terminó el mandato. Aquejado el país por una importante crisis económica y social, y sin contar con apoyo político, el siguiente presidente, Gonzalo Sánchez de Lozada, renunció, asumiendo en su lugar el vicepresidente Carlos Mesa. Éste también renunció en el año 2005, asumiendo la presidencia de la República, Eduardo Rodríguez Veltzé, por entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, ya que los legisladores que debían asumir, por estar en la línea presidencial, también renunciaron a ello.
En Ecuador, Gustavo Noboa asumió en 2002, luego de la destitución de Jamil Mahuad. Lucio Gutiérrez fue destituido en 2005, asumiendo Alfredo Palacio.
En Paraguay, el siglo comenzó con la renuncia del presidente Raúl Cubas, asumió el presidente del senado, González Macchi, ya que el vicepresidente de la República, Luis María Argaña, fue asesinado. En 2012 el presidente Fernando Lugo, fue destituido por juicio político del Parlamento, asumiendo el vicepresidente Federico Franco.
Mientras tanto en Perú, el siglo se inició con el Presidente Alberto Fujimori -quien había ejercido el poder por mandato popular y por autogolpe de Estado- destituido, asumiendo de forma provisoria Valentín Paniagua Corazao.
Por su parte Venezuela comenzó este siglo con una reforma Constitucional y celebrando elecciones que ganó Hugo Chávez. En el año 2002, Pedro Carmona tomó el poder mediante golpe de Estado que duró muy poco, asumiendo por unos días, hasta el regreso de Chávez, Diosdado Cabello. En lo que va del siglo, el gobierno ha sido acusado de fraude electoral, lo que ha llevado a la oposición a no presentarse en algunos comicios. En la actualidad -como sabemos- vive una dramática confrontación social.
Sin hacer un juicio de valor, si en cada caso, la salida de los presidentes se ajustó a derecho o no, simplemente mirando los datos objetivos, lo que podemos ver, es que venimos teniendo una gran inestabilidad en los poderes Ejecutivos de nuestra América del Sur. Lo cual se agrava por la concentración de poder que los mismos han tenido históricamente.
Por supuesto que se está lejos del ideal de autogobierno definido por el politólogo polaco. Y sin dudas es un ingrediente muy potente que contribuye con la recesión de nuestras democracias.